Nueve vidas by Olga Margarita Torres

Nueve vidas by Olga Margarita Torres

autor:Olga Margarita Torres [Torres, Olga Margarita]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Universidad Nacional de Colombia


Al llegar al Cementerio Municipal, Mich esperó a Óscar. Como en ocasiones anteriores, caminó por encima de las murallas. No se animaba a ir más lejos por temor a las flores y al atontamiento que le producía su aroma.

Cuando aprendió a contener el aliento para hacerse invisible, acordaron encontrarse en ese sitio. En cada cita, el mercader le entregó ciertas claves para recuperar fuerzas. En cuanto pudo, Mich saldó su deuda. Abrigaba la esperanza de que el Ministro Minino lo felicitara por la calidad de su ofrenda, que consistió en joyas correspondientes a seis vidas.

Este sería su último encuentro con Óscar. Este le explicaría cómo deshacerse de la espina que le restaba vida y lo hacía invisible.

Cuando el mercader asomó la nariz, ni siquiera ensayó un saludo.

—La vaca quedó sin leche.

—¿Qué pasa?

—Órdenes superiores. No te puedo seguir ayudando.

—¿Cómo?

—Las joyas que trajiste no son adecuadas para la colección del Ministro.

—Lo importante es que brillan.

—¡Pero son de plástico, Torcuato! El Ministro me maldijo por tu causa. Deseó que las ratas me devoraran las tripas, que no volviera a aparearme en ninguna de las vidas que me sobran, y que ya nunca marcara un hospital como territorio propio. ¿Qué será de mí si este negocio se acaba?

Como su prioridad consistía en satisfacer las exigencias del Ministro Minino, Mich se había apresurado en conseguir su primera baratija. Por eso siguió a la niña de los pendientes con piedras preciosas.

Pese a haber estado a punto de convertirse en puré de gato, a los sustos que tuvo en ese vaivén de caminar y esconderse, Mich memorizó el trayecto hasta la casa de la niña. Lo recorrió innumerables veces. Desafortunadamente, sus esfuerzos habían sido inútiles. De acuerdo con lo que Óscar había manifestado, Julia usaba joyas de fantasía.

—Tranquilo. No es para tanto.

—Tranquiliza a tu abuelita. De aquí en adelante te debes arreglar solo.

A pesar de saber que no volverían a verse, Mich estaba contento. Al menos la maldición del Ministro no lo había alcanzado.

Mientras pensaba en una solución, vagó por el cementerio. Salió de nuevo. Aburrido de perseguir ratas, persiguió su propia cola.

—Eso de morderse el rabo se ve tedioso —una voz asomó entre los nichos. Mich quedó paralizado. La última vez que algo similar llegó a sus oídos fue ocho vidas atrás. Era la misma que lo había metido en ese lío.

—Es una mosca que no me deja en paz.

Upa ronrroneó contenta. Dio dos pasos hacia él y arrimaron los bigotes. Sus narices se tocaron. Mich sintió que un aliento helado lo invadió por entero.

—¿A qué has venido?

—A saludar.

—¿Nada más?

—No debía mencionarlo, pero ya que insistes, tengo un mensaje del limbo.

—Dilo ya.

—Si quieres recuperarte por completo, debes destruir un cuaderno negro.

—¡Una maldición!

—Más bien, una venganza de parte del Ministro.

—¿Sabes lo de las joyas?

—Espero que sólo haya sido un accidente. ¡Ah!, otra cosa: respira.

Mich tomó aire. Cuando bufó, al exhalar, percibió que su espina se había esfumado.

—No puede ser.

—Te acabas de quedar sin media vida. Tienes una vida más que conseguir.

—Estaba seguro de que verte no sería gratuito.



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